domingo, 31 de enero de 2016

Ella era preciosa. Era preciosa porque no se pasaba la vida mirándose al espejo. Era preciosa porque salía siempre despeinada a la calle, con ropa extraña, pero vestida siempre con esa sonrisa que le alegraba el día a cualquiera que se la cruzase. Eso era lo más precioso de todo. 
Ella tenía la capacidad de parecer siempre feliz, aunque estuviera rota por dentro. Eso era lo más admirable. Parecía una persona frágil, pero tenía mucha más fuerza dentro de ella que muchos musculitos de gimnasio. 
Seguía todas las mañanas la misma rutina, aunque trataba de romperla al mismo tiempo; siempre había querido romper con todo y recorrer el mundo, comerselo, merendarselo y cenárselo todos los días (pero siempre llegaba alguien que la llamaba idealista y rompía en pedazos todas sus expectativas).
Puede que tan solo quisiera huir, y no tuviera claro si la huida era de sí misma, o de alguién más. 

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