-...sino que también nos has ayudado a solucionar el problema con la factura de la luz y a limar las diferencias entre nosotros. Admítelo, Remy. Eres encantadora.
-Cállate-protesté.
-¿Y por qué te parece eso tan malo?-Preguntó.
-No es malo-dije-. Pero no es cierto.
Y no lo era. Me habían llamado muchas cosas en mi vida, pero encantadora nunca había sido una de ellas. Me ponía nerviosa, como si hubiera descubierto un secreto que ni yo sabía que ocultaba.
-Muy bien-declaró-. Ahora tú.
-Ahora yo, ¿qué?
-Que me digas por qué te gusto.
-¿Y quién te ha dicho que me gustas?
-Remy -dijo severamente-. No me obligues a llamarte encantadora otra vez.
-Vale, vale. -Me incorporé y gané tiempo acercando la vela al borde de la mesa. Hablando de perder la ventaja, mira adónde había llegado: confesiones a la luz de las velas-. Bueno -dije por fin, sabiendo que estaba esperando-, me haces reír.
Asintió.
-¿Y que más?
-Estás bastante bien.
-¿Bastante bien? Yo te he llamado guapa.
-¿Quieres ser guapo? -le pregunté.
-¿Estás diciendo que no lo soy?
Levanté los ojos al techo, meneando la cabeza.
-Es broma, ya me callo. Por favor, relájate que no te estoy pidiendo que me recites la Declaración de Independencia a punta de pistola.
Ojalá -reconocí, y él se rió con tanta fuerza que apagó la vela de la mesa, y volvió a dejarnos en la más absoluta oscuridad.
-Vale -dijo él, cuando me dí la vuelta para mirarlo de frente y le pasé los brazos por el cuello-. No hace falta que lo digas en voz alta. Ya sé por qué te gusto.
-¿Ah, si?
-Sí.
Me rodeó la cintura con los brazos, acercándome hacia él.
-A ver -lo animé-, cuéntame.
-Es una atracción animal -declaró simplemente-. Pura química.
-Mmm -respondí-. Puede que tengas razón.
-De todas formas, no me importa el motivo.
-¿No?
-No. -Tenía las manos en mi pelo, y yo me inclinaba hacia él, sin ser capaz de ver bien su cara, pero su voz sonaba con claridad, junto a mi oreja-: Lo importante es que te gusto.
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